¡Viva el dividendo gratuito!

Hay una muchedumbre que defiende la justicia e igualdad tributaria. Y otra que lo hace con el Reino de los Cielos y alguna con la bondad infinita de la Madre Tierra. En fin, no son de aquí, pertenecen a la clase de los buenos, de los angélicos, de los ilusos.

 

Ahora, Bush rebaja los impuestos a los más ricos. Y los buenos dicen: es una reforma que beneficia a los ricos. Claro. Esto es el mercado y el capital no funciona de otra forma que aventajando a los que lo sostienen. No se sabe hasta ahora de una economía privada que favorezca a los más débiles, a los necesitados, a los pobres.

 

El problema no es ese. El punto reside en si los ricos hacen honor a sus obligaciones o son simplemente ejemplo de codicia. En el primer caso, aprovechan la renta fiscal para invertir y si crean empresa o la mantienen están cumpliendo con las profecías: son socialmente útiles, justificando sus privilegios. En el segundo caso, la codicia, nada les distingue de Alí Babá. Y, como es obvio, convierten el capitalismo en un sistema de favores entre amigos.

 

La exención a los dividendos es un arma poderosa para estimular la economía, porque no hiere el beneficio del inversor ni lo cuestiona o limita. No sabemos si así será en la práctica, pero, desde luego, simbólicamente, es un mensaje claro y neto: Dedíquese a ganar dinero y olvídese de todo lo demás.

 

Esto, con perdón, no es un mal mensaje, porque a eso deben destinar sus mejores esfuerzos los empresarios, los ahorristas, los inversores. Solamente si el símbolo se convierte en un armario para guardar las ganancias fracasa el mensaje.

 

Pero, además, la medida tiene otros efectos. Por ejemplo, convencer al inversor para que invierta y no preste el dinero a la empresa. De esta forma se evita la infracapitalización, porque a la empresa le conviene endeudarse y pagar intereses deducibles antes que obtener beneficios y repartirlos. La empresa no tiene motivos para sustituir el dividendo con intereses y el perceptor tiene sus razones fiscales para que le convenga cobrar dividendos, que no intereses.

 

La letra pequeña de la rebaja Bush no es arbitraria o caprichosa. La exención de dividendos solo se aplica a las empresas que hubieran satisfecho sus impuestos estatales; no observen pérdidas ni usen instrumentos de fraude de ley o de abuso del derecho para esconder beneficios gravables.

 

Además, la empresa no está obligada al reparto automático de la utilidad. Por ejemplo, si reinvierte y no distribuye dividendos traspasa la ventaja fiscal a sus accionistas que les posibilita reducir en caso de venta su ganancia de capital.

 

En suma, no se favorece la ingeniería fiscal o el desplazamiento offshore, sino a aquellos que están lealmente volcados a la actividad productiva. La compañía que satisface dividendos debe informar a los inversores cuanto del importe proviene de beneficios gravados, lo cual está exento, y cuanto de beneficios no gravados, lo cual no está exento.

 

Que esto favorece a los más ricos no es discutible. La clave es si responderán al desafío movilizando su inversión en capital puro de empresa. Si lo hacen, la medida no puede discutirse, salvo académicamente; si no lo hacen, la rebaja será la tumba de Bush: el 1 por ciento de los contribuyentes recibirá el 42 por ciento de los ahorros resultantes de los dividendos gratuitos. Otro Presidente, otro gobierno hará lo que le toque. El (angustioso) interrogante es si hay más de un 1 por ciento de contribuyentes dedicados a crear empresa. Por eso, Schumpeter decía que no cualquiera puede ser empresario.